La crueldad del fútbol (II parte)

Hay más casos como el de Ibe. Ahora les contaré uno, más cruel si cabe, aunque prefiero no dar demasiadas referencias del caso por preservar la intimadad del afectado. Empecemos: se trata de un joven de 16 años que llega en patera a Tenerife. Lo acoge una familia española. El chaval se adapta a las mil maravillas a España y es un alumno modelo y con ganas de empezar una nueva vida.

Una de sus pasiones es el fútbol (dice que así olvida suamargo pasado). Juega de delantero y tiene muchas cualidades. Entrena en un equipo de barrio. Su padre va cada día a por él y atiende con entusiasmo a los numerosos ojeadores que quieren llevárselo a sus escuadras de División de Honor (categoría de juveniles). El sufrimiento se transforma, por momentos, en esperanza. Si bien, la respuesta siempre es la misma:

“Queremos ficharle, pero no tiene papeles. Así que sólo podría jugar en Prferente, Segunda o Primera”.

Ahora, sólo puede entrenar. Que no está mal, pero una simple ley le impide realizar un sueño que seguro que maquinó en el interminable trayecto que hizo en patera. Cuando puso pie a tierra se vio como Samuel Etoo y ahora intenta incomprender lo inexplicable: que no puede hacer lo mismo que hacen sus amigos porque no tiene un mísero papel.

Además, él quiere quedarse en España y reconoce que vuelve a ser feliz con la familia que le ha acogido. Y para quedarse, y dejar de ser un ‘sin papeles’, tiene que tener ficha en un equipo de fútbol. Sí, porque si juegas en un equipo, dicen que el trámite es más fácil. ¡Con qué frialdad tratamos todo!

Por cierto, la historia puede tener final feliz. En los próximos días realizará una prueba en un equipo cercano. Es para jugar en Preferente, aunque nunca se sabe… Almenos, nuestro niño vuelve a sonreir.

De Ibe no hemos vuelto a saber nada, pero parece que en el Hércules no tiene mucho sitio.